Voy a biblioteca central, subo los tres pisos y encuentro el último lugar en una mesa para seis personas, unos leen, otros hacen trabajos, solo me notan al momento de sentarme.
Mientras escribo, se acerca un chico, al que no noto mucho, salvo que no camina muy bien y tengo cuidado de que no tropiece con el cable de mi cargador, se sienta a mi costado, a mi lado derecho. Siento que de rato en rato me mira, a veces yo lo observo con curiosidad: no puede mover la mano derecha, no sé porque, y el pie del que cojea es el del mismo lado.
Termino de mandar el mail y me paro para ir al baño, cuando regreso los chicos se están yendo, me siento y de la nada me habla. Me dice que tiene un cuento y me pregunta si lo puedo revisar, un poco confundida y asustada acepto.
Comienzo a leer las tres hojas de papel fotocopiadas que me da y no puedo evitar sonreír, escribe de una manera tan sincera que puedo hasta oler las cosas que describe en su texto, voy sonriendo a medida que avanzo, son las mismas cosas que yo observo, los mismos encuentros con desconocidos, la misma decepción de la perdida de algo que no fue tuyo, lo comprendo. Termino y le digo lo que me pareció, quizás no se lo pude decir de una manera tan efusiva, pero lo hago, me agradece y se va.
Yo me quedo en la mesa, ahora sola, me pongo a pensar que si, todavía hay cosas rescatables, que no todo está lejos, ni perdido, que los extraños quizás son los que se parecen más a ti, que en un día malo son los únicos que pueden hacerte sonreir, sentir, no sé.
Gracias a todos los extraños con los que me he cruzado en mi vida, con los que hable de viajes, política, economía, drogas y Shakira. Gracias a aquellos que me alegraron y arreglaron el día. Gracias a aquellos que leo, comento y con los cuales me identificó. Gracias a aquellos que me leen y me hacen sentir que no soy la única loca que pasa por esas cosas. Gracias a esos que me miraron y se encontraron en mis ojos; Gracias a aquellos que me prestaron sus ojos para encontrarme y gracias a ti, por dejarme leer tu historia.