8.5.08

No tiene sentido


A veces parece que la muerte nos rodea, pero creo que sería mejor pensar por una vez que no es la muerte, sino la vida que se cansa y se retira a descansar.



Digo esto no por algún momento de depresión en mi vida, sino porque he experimentado tal vez muy temprano como la vida se va y las diferentes formas en las que lo hace y el sufrimiento que deja de lado.

Cuando tenía 9 años murió mi abuelo por parte de mi padre. Situación que no sería relevante de no ser porque fue la primera persona de mi familia cercana que falleció, lo cual significó además una de las situaciones más claras de sufrimiento en alguien que me importaba, que obviamente era mi papá y mi abuela, ambos las personas más fuertes, imponentes, y seguras que vi a lo largo de mi vida. La idea que tenía de ellos no se vino abajo, sino por el contrario vi que eran humanos y que las personas más firmes y fuertes también lloran, sufren, y son tan blandos como el resto de nosotros.

Al año siguiente murió mi abuela, su muerte fue tan repentina como la de mi abuelo, solo que ella murió acompañada solo por uno de sus ocho hijos en una zona alejada en la frontera entre Perú, Brasil y Colombia. Para esto volví a ver lo que era sufrir a alguien, quizás más de una persona que en verdad me importaba, sin embargo en esta ocasión también me di cuenta de que ya había perdido a dos de las personas que alguna vez marcaron algo en mi vida. Ya no tendría la calma y parsimonia de mi abuelo, ni la rectitud blanda de mi abuela; pero en todos estaba la calma de que todo fue rápido, ninguno sufrió, y habían vivido lo suficiente para tener un merecido descanso.

Ese mismo año al comenzar clases me enteré de que una compañera mía del colegio había muerto. Con solo diez años había convivido por lo menos tres o cuatro con un cáncer que le robó la vida, entiéndase vida como el mero ejercicio de existir, pues la vitalidad, inocencia y ganas de existir no se las quitó nunca o al menos no mientras yo la vi. No tomaba su enfermedad a la ligera y creo que era muy niña para haber sufrido tanto, el cáncer a los huesos es muy doloroso hasta para alguien mayor, y un ser tan inocente, en la plenitud de su infancia lo vivió, y como ella seguro muchos otros niños, pero esta era mi amiga, a la que defendía cuando alguien se burlaba de ella por no tener cabello y la que con una sonrisa me decía que luego su cabello crecería y que sería rubia o pelirroja. Ahí aprendía aceptar que las cosas pasan, y van a pasar si bien tienes casi un siglo de vida o un décimo del mismo.

A lo largo de la vida uno ve que va a perder a tantas personas, a veces no tienen que morir para que las pierdan, pero el saber que ya no van a estar ahí de forma permanente hace que el pensar en eso sea peor, pero aun así, uno deja de apreciar a los que tiene cerca. Sé que mis abuelos ya tan quizás un poco más allá que acá. Sé que algún día bajaré las escaleras y no los veré y siempre pienso que voy a pasar más tiempo con ellos, y normalmente lo aplazo, pero sigo sin hacer nada.

Hay personas a las que uno deja de lado a veces porque da por sentado que siempre estarán ahí, incluyendo amigos y familiares y no se da cuenta de que no importa que siempre estén ahí y que sí a veces no dices o haces algo en el momento justo, tal vez luego ya no habrá oportunidad de hacerlo. Nos tenemos que dar cuenta que llorar, hablar, decir te amo, pedir perdón, frente a un a una tumba, no tiene ningún sentido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por eso siempre abrazo a mi abuela y le digo que la amo. Lo hago desde que sufrió un paro y estuvo a muy cerca de irse.

El saber que ella nota lo que siento por ella me da una tranquilidad increíble. Claro que yo tuve la "suerte" de pasar por esa situación para aprender lo importante de la paz antes del último adiós.

Buen post, coleguita. Saludos