29.9.08

Un día familiar


Fiestas patrias, fecha clásica para salir de viaje. Mis padres planearon un paseo a Chosica con medio mes de anticipación, no es un gran viaje, pero tomaron las precauciones para que los cuatro podamos salir juntos.



Son las nueve, se escuchan los primeros sonidos de la mañana, los de la preparación del desayuno, la radio está encendida y los gritos de mi papá anuncian que ya es tarde. Nos bañamos y vestimos, parece que va a hacer frío, así que nos abrigamos bien, comemos algo y comenzamos a preparar las cosas que llevaremos.

Entre mis cosas llevo mi I-pod, lentes de sol, una manta de polar, una almohada para cuello y un tigre que me regaló mi papá. Esto último más que nada como costumbre, ya que en cada viaje siempre llevo algo que mi hermana pueda usar para dormir sin que le duela el cuello. Además, mi infaltable cámara, un cuaderno, un lapicero, mi celular y las cosas que mi mamá me enseñó a llevar desde que era niña: papel higiénico, repelente, bolsas plásticas, peines y un polo extra para cambiarme en caso de cualquier percance. Ya son las diez, bajamos cada uno con sus cosas para dejarlas en el auto. Nos despedimos de mis abuelos, dejándoles los seis números de celulares en los que podían contactarnos.

Una vez en el auto, se inicia la discusión de que ruta tomar.
–Vamos por Javier Prado, papá -dice Jéssica.
–Sí, Alfonso, por el otro lado está todo cerrado -agrega mi mamá.
–Yo no me acuerdo por dónde íbamos, pero ¿vamos a pasar por el zoológico de Huachipa? -pregunto en modo de broma.
–No -responde mi papá- por ahí esta todo cerrado. Vamos por donde dice Jéssica y luego salimos por el óvalo de Santa Anita.

Una vez decidida la ruta, conecto mi I-pod a la radio del auto. Con el espíritu patrio comienzo por el Himno Nacional en solo de guitarra. Luego de los intentos de mi hermana por recordar la letra correcta y las bromas obligatorias al respecto, pasamos a la música criolla. Veinte minutos más tarde, el espíritu patrio se perdió, nos aburrimos del I-pod y comenzamos a escuchar radio. Lo primero que noto es el cambio de música: hace 10 años íbamos escuchando ‘Lloran las rosas’ de Christian Castro, quizás algo de Pedro Suárez Vértiz y ‘Carreteras mojadas’ acompañaban nuestro recorrido, pero hoy, el Grupo 5, el reggaeton y el hip hop invaden nuestro auto.

Mientras termino de ver la película que dejé inconclusa el día anterior, mi papá compra gaseosas, galletas, un ‘Ajá’ y ‘El Comercio’, repartimos las cosas entre las tres, y comenzamos a leer, me dicen que no lea en el auto, porque me voy a marear como siempre. No hago caso. Diez minutos más adelante, efectivamente, estoy mareada, así que me dispongo a contemplar cómo ha cambiado Lima. Parte de mi esperaba ver vacas y casas rodeadas de lechugas en el camino, sin embargo, veo carteles de desvío, construcciones por doquier, más combis, anuncios de discotecas, pollerías, más negocios, más grifos, más bancos, más cajeros automáticos, más mototaxis, más hoteles al paso, cada uno ofreciendo más cosas que el anterior y a precios más baratos, muchos taxis, sobre todo ticos y de color amarillo. Mi ciudad, ya no es la que era antes.

Vamos llegando a la carretera, y los ambulantes se van multiplicando, ofrecen todo lo innecesario que puedes necesitar para tu viaje, desde llaveros, juguetes, banderas, películas, libros para colorear y libros piratas que no bajan de diez nuevos soles, pero si insistes te puedes llevar dos por quince. Avanzando nos comienzan a ofrecer cometas, pero ya no solo hay las de Mickey Mouse vestido como Súper Ratón, ahora las cometas son de todos los dibujos actuales, con mejores colores y cuestan solo cinco soles.

–Hijita ¿no quieres una? -me pregunta mi papá- ¿Te acuerdas cuando te caíste en un hueco por seguir tu cometa?- añade con una risa.

Yo hago un puchero mientras mi hermana y mi mamá se ríen. Respondo con una negativa y me arrepiento unos metros más adelante. Perdí mi oportunidad de que me compren una cometa y resignada sigo observando lo que pasa alrededor. Los autos no avanzan y nos vamos impacientando dentro del carro. Como veo que ya hay un poco de sol saco mis lentes y me quito la casaca. Mi hermana me imita y pensamos que no fue buena idea traer ropa tan pesada porque ya estamos un poco apretadas en el asiento trasero del auto, hemos crecido y con tantas cosas no podemos darnos el lujo de echarnos en el asiento para dormir.

Llegando a la zona dónde comienzan los clubs de invierno vamos recordando los lugares a los que íbamos, desde Huampani, pasando por El Bosque, El Remanso, y el Ricardo Palma. Los dos primeros siempre con la familia, con los primos y la infaltable parrillada, los dos restantes con el colegio, donde te mandaban tu almuerzo –arroz, papa sancochada y crema huancaína-, tu gaseosa de dos litros, por lo menos un frasco de repelente y tu autorización firmada para usar la piscina. Mi mamá es la primera que hace recordar aquellas épocas, y con mi hermana sacamos la cuenta que yo hace por lo menos cuatro años que terminé el colegio y ella ocho. Como la conversación se va tornando perjudicial al notar como ha pasado el tiempo por todos nosotros. Aprovechamos que perdemos la señal de la radio para conectar de nuevo el I-pod y escuchar música. Nos quedamos callados.

Vamos llegando a la zona de comidas y centros recreacionales, por ser la hora del almuerzo cada vez están más llenos y más caros. Vamos avanzando y viendo las posibilidades de un almuerzo decente. Entre pachamanca, cuy, conejo y otras cosas, decidimos regresar a Lima para comer pollo a la brasa.

De regreso pasamos por la plaza de Armas de Chosica, vemos una pequeña feria y decidimos bajar a curiosear. Pero una vez afuera divisamos una pollería, nos miramos y como el hambre puede más que nosotros entramos a comer. Entramos y el local es bonito, no tiene que envidiarle nada a cualquier pollería limeña. Nos sentamos, pedimos la comida y unos pisco sours e Inkacola.

Mientras esperamos la comida mi papá comienza a jugar con mi cámara, le explico la complejidad de una cámara digital hasta que le agarra el truco. Nos va tomando fotos a mí, a mi hermana, a mi mamá y luego se convierte en un juego de tomarnos fotos graciosas entre nosotros. Felizmente estamos ocupados ya que la comida se demora demasiado, pero al final llega y está rica: la espera no fue en vano. En un magistral silencio vamos comiendo y luego conforme vamos terminando volvemos a conversar de nuevo, teníamos más hambre de la que pensábamos. Pedimos la cuenta y nos vamos.

Salimos a caminar por la plaza, y vemos que ha cambiado desde la última vez que estuvimos ahí, recordando fotos que nos tomamos hace tiempo, cuando yo estaba cambiando dientes, me comienzan a molestar de nuevo, pero para no perder la costumbre tomamos una más para el recuerdo. Mientras vamos saliendo me compro un molinito de viento, mi hermana me lo quita ni bien lo pago y se va soplándolo todo el camino hasta el auto. Va ignorando mis quejas y reclamos mientras se lo pido de regreso.

De regreso encontramos las vías un poco más libres, pero los carteles naranjas vuelven a aparecer. Mientras mis papás van escuchando Radio Felicidad, con mi hermana superamos los problemas de espacio en el auto y llegamos dormidas a la casa, con la ropa arrugada y con un serio dolor de cuello. Sacamos las cosas del auto y entramos a saludar a mis abuelos. No fue un gran paseo, pero como nunca pasamos un día juntos, sin trabajo, sin universidad, sin otra cosa más que hacer que soportarnos un día completo.

2 comentarios:

Dylan Forrester dijo...

Pasa en las mejores familias,hija.
Buen blog.

Saludos...

Anónimo dijo...

siempre es bueno salir a relajarse, sobretodo con la familia, porque uno normalment mas sale con los amigos,,, saludos